
Cuando uno empezaba a pensar que en literatura todo estaba más o menos inventado, llega este joven escritor británico y se marca una novela tan diferente, refrescante y emotiva como ésta.
La originalidad radica en el protagonista, un quinceañero increíblemente inteligente y lúcido, con gran capacidad para las matemáticas y los razonamientos lógicos, pero con graves problemas de sociabilidad. Le agobian las multitudes, le resulta amenazador romper su rutina, odia el amarillo y el marrón, es capaz de enumerar cantidades ingentes de números primos, pero su mundo se tambalea si debe ir más allá de la tienda de la esquina.
Una noche el perro de su vecina aparece asesinado y Christopher, que así se llama el protagonista -y narrador-, decide iniciar una investigación y dejar constancia de ella en un libro. A partir de ese momento, vivirá situaciones inpensables para él, que desembocarán en el descubrimiento sorprendente de algunos secretos familiares. Y es que Christopher nunca duda de lo que le dicen, es inocente e incapaz de mentir, y debe aprender que en el mundo de los adultos los cosas no siempre son lo que parecen.
En resumen, la novela rebosa frescura y autenticidad. Está destinada a convertirse en un gran clásico, y no solo de la literatura juvenil. Indispensable para todo aquel que quiera recuperar todo cuanto de puro tiene la infancia.
Lo mejor: Christopher. Y la editorial Salamandra, que últimamente está sembrada.
Lo peor: Que no se lea pensando que se trata de literatura infantil o juvenil.
La frase del día: La felicidad es darse cuenta de que nada es demasiado importante (Antonio Gala).